Una niña nació por aquellos tiempos en los que la gente no podía más que soñar y pocos eran los que tenían la valentía de enfrentarse a la realidad. Una niña que si hubiera tenido la oportunidad de estudiar, bien le hubiera sido merecido el título de "vividora de la vida". La niña creció con pocas amigas y poco a poco fue forjándose en ella un espíritu luchador que combinado con los años le dio la característica de distinguir lo verdaderamente importante de lo superfluo.
A una temprana edad conoció al que se iba a convertir en el hombre de su vida. Con él, aprendió lo que significaba la palabra amor y más tarde lo que era la palabra familia. Condicionada la mayor parte de su adolescencia por su incomprensible madre y pocas veces reconocido su sacrificio. Se casó una mañana de verano de una manera discreta y un vestido sencillo y tiempo después, dio a luz a su primer hijo.
Su vida parecía tranquila y normal cuando, de manera espontánea, se vio truncada por la enfermedad que le vino a aparecer a su niño cuando a penas tenía los dos años. Esa fue una de las aflicciones más grandes que su corazón sintió. Ella no sabía qué podía hacer para que su hijo se pusiera bueno y las expectativas que los médicos le daban no eran nada alentadoras. Un día alguien, le hizo la fabulosa recomendación, la de visitar a unos médicos especialistas en lo que el niño padecía. Sin pensarlo acudió a esos médicos con la esperanza puesta en que le dieran mejores posibilidades de curar al niño.... y así fue. El único inconveniente fue que las mejoras tardarían...y efectivamente tardaron... dos años para ser exactos, dos largos años llenos de cuidados de compañía y de mil formas de distintas de sobrellevar el atropello del tiempo. Finalmente lo consiguió y su niño creció con normalidad.
Un tiempo más tarde, a su marido acudieron los demonios de la mente, esos demonios de los que algunos escapan gloriosos, otros no y sólo a algunos se les hacen las "visitas" más intermitentes. Otro golpe más a su delicado corazón. Otro golpe más dejando heridas abiertas que esperan ser llenadas de polvo y expectantes para aprovechar la más mínima ráfaga de viento que levante el polvo para así poder infligir dolor de nuevo. Un corazón con numerosas tiritas, sanando cada una de las heridas. Un corazón multiplicado por la mitad, y al mando de sus propio latidos, preparados para lo que todavía quedaba....
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