Hoy miré al cielo y me gustó lo que vi. Todo mantenía una equilibrada armonía. Las golondrinas hacían peripecias bordeando las esquinas de los edificios, las tórtolas iban de una palmera a otra, los gorriones adornaban el cielo con su diminuto tamaño y sus voces agudas.
Me acordé de aquel día en el que tumbadas sobre el césped, le inventábamos forma a las nubes. La brisa que hoy corría por las calles era la misma. La misma que mecía las cadenas del columpio que tanto hacía reír a los niños. Pero el tambaleo del columpio no suena igual que antaño, ahora chirría igual que chirrían nuestros huesos. La nieve cubrió nuestras cumbres y dejó atrás el soplo de vida que nos prometimos, los niños ya no ríen en el columpio, ni siquiera el columpio ríe. Se estropeó igual que nos estamos estropeando nosotras.
Querida, tuvimos las rosas a mano y las arrancamos todas creyendo que así iban a durar más, ahora sólo nos quedan las espinas duras de lo que fue flor encendida. Nuestras manos hablan por nosotras, cada arruga, cada corte... El café de las ocho siempre nos sentará igual de bien, después de todo hay cosas que no cambian.