domingo, 18 de agosto de 2013

Páginas en blanco



Y pasó, con la indiferencia que siempre quiso demostrar al mundo, una página más de aquel amarillento libro que cansado estaba ya de sostener. Fue un momento tan solo. Lo que se tarda en echar la vista atrás cuando en la noche, un ruido suena cerca. Tan sutil e inapreciable como la caída de la hoja de un árbol en un parque en el que apenas ya queda nadie. Tan fugaz fue ese momento que a muy poco le supo y con una inquietud devastadora quiso pasar otra más. Espantado quedó todo su ser cuando apreció que en las siguientes páginas aún no había nada escrito, y la inseguridad que tantas veces había sido su compañera vino a acompañarle de nuevo.  Un inmenso vacío se mostraba delante de él y a la vez, en contraposición, un mar de letras que ya le servían para bien poco, había quedado atrás. Permaneció expectante unos segundos esperando dar con una solución. Cerrar el libro le parecía descabellado y cobarde; volverlo a empezar no iba a cambiar el momento en que se topara con la nada, más adelante. Sólo continuarlo le pareció lo más razonable. Así que, volviendo a las páginas de letras vacías, agarró con decisión el primer bolígrafo que encontró en su escritorio y comenzó a escribir. 

Aún lo veo, sentado en esa silla, queriendo dar palabras a todo el vacío que encontró en ese libro. Acrecentando aún más su peso, que era el de su conciencia misma.

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