15 de julio de 2013
No hay lugar para tantos desengaños. A cada uno de los lados
que se miren, sobre cualquier ápice de verdad que se intuya, el desengaño lo
deshace todo con sus omnipotentes manos.
Del mismo modo que lo hacen las tortugas galápagos, vamos
desovando de nuestro interior miles de ilusiones y proyectos, y como es
natural, muchos de ellos perecen antes de tocar el mar. ¡Y cuán difícil es
lidiar con esto! Sobre todo cuando has puesto firmes esperanzas sobre una de
esas ilusiones, cumpliendo individualmente con la parte que te corresponde y
observas cómo las situaciones y circunstancias que van teniendo lugar – a
posteriori – no son las más idóneas para que dicha ilusión se lleve a cabo.
Trabas y más trabas acompañadas del tedio estival de todos los años, y nunca
más consciente de la soledad a la que el tiempo me empuja. Me empuja y te
empuja. Por que nada es para siempre en esta vida: ni lo material ni lo
personal. Ya alguien pensó y escribió una ves: “porque todo se lo lleva el aire
y tú te quedas solo”. Y si no se lo lleva el aire, se lo lleva el tiempo, o lo
arrasamos nosotros mismos. En soledad se resume todo: soledad y desengaño. Y es
que; aún cuando todo parece estar poblado de compañía y cooperación, si
abriéramos las entrañas de muchos momentos, observaríamos solo la
individualidad de cada persona; cuando entrado ya el individuo en la madurez,
se le origina una enfermedad menor en su vivienda, por lo general acude solo al
centro de salud; cuando la burocracia – y este es un ejemplo claro – tan
necesaria y tormentosa, hace alarde de sus complicaciones, únicamente la
persona afectada es quien debe buscar la solución a su problema, pues nadie va
a ir a solucionarle nada al interesado cuando ni si quiera al interesado le
interesa. Lo cierto es que me cuesta acostumbrarme a esa idea del
individualismo, es uno de los desengaños más duros que he experimentado, y es
inevitable, así que con total resignación me adapto a ello de la mejor forma
que puedo. Pero no es el único desengaño de toda una vida – habida y por haber
– de desengaños: ver como la mayoría de la sociedad de este país se mueve por
el interés individual y la mayoría de veces económico; corrupción hasta en la
sopa; aliados primariamente afines a uno ideales que por ser descubiertos se
lanzan entre sí bombas empaquetadas de palabras acusadoras con el único interés
de que el otro salga perjudicado aún más, si cabe; timo y estafa se han
convertido en la pandémica premisa de los altos cargos de este país. Más
desengaño se vuelca cuando, observando al ciudadano “de a pie”, me doy cuenta
de que, – aunque a una escala menor – éste también tima y estafa en la medida
de sus posibilidades, más descarados o menos, con más maquinación o menos, pero
lo que está claro es que: “si se puede, se hace”. Con esto del ciudadano “de a
pie”, vengo a referirme a aspectos tales como: empadronamientos en casa de
“conocidos” para rezar a la hora de la concesión de becas, como persona
“independizada”; mentir descaradamente sobre tu patrimonio en la declaración de
la renta; los conocidos “chapús” que benefician a las familias que realmente no
tienen nada, y que engordan cada vez más la enorme cartera de muchos que sí
tienen. Es esta mentalidad caníbal y materialista la que, como he dicho antes,
pandémicamente se ha extendido, y no solo a España. Podrán hacer miles de
reformas, más o menos eficaces, pero lo que verdaderamente haría falta, tanto a
políticos como a ciudadanos es un cambio de mentalidad o una nueva tabla de
valores, como decía Nietzsche en El
crepúsculo de los ídolos. Como no paro de decir: desengaño. Más escurridizo
que el agua, se cuela por todas las rendijas circunstanciales de la vida.
También hay mucho de eso en las relaciones interpersonales, y en este aspecto
no soy yo quien debe poner los ejemplos. Cualquiera que tenga la capacidad de
leer y entender lo que he escrito, tendrá ya la suficiente edad como para haber
experimentado un desengaño de esta tesitura. Y así podría llevarme no se
cuántas líneas más, pero sería dedicarle demasiado tiempo a escarbar en el lodo
de mis desengaños, y aun creyendo haberlos asimilado, todavía me resulta
desagradable pensarlos. Además la queja indiscriminada muchas veces cierra más
caminos de los que abre, y una cara agria no es bien recibida entre la multitud.
Comenzaré por esbozar una sonrisa a pesar de todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario