lunes, 19 de agosto de 2013

Desengaños



15 de julio de 2013

No hay lugar para tantos desengaños. A cada uno de los lados que se miren, sobre cualquier ápice de verdad que se intuya, el desengaño lo deshace todo con sus omnipotentes manos.
Del mismo modo que lo hacen las tortugas galápagos, vamos desovando de nuestro interior miles de ilusiones y proyectos, y como es natural, muchos de ellos perecen antes de tocar el mar. ¡Y cuán difícil es lidiar con esto! Sobre todo cuando has puesto firmes esperanzas sobre una de esas ilusiones, cumpliendo individualmente con la parte que te corresponde y observas cómo las situaciones y circunstancias que van teniendo lugar – a posteriori – no son las más idóneas para que dicha ilusión se lleve a cabo. Trabas y más trabas acompañadas del tedio estival de todos los años, y nunca más consciente de la soledad a la que el tiempo me empuja. Me empuja y te empuja. Por que nada es para siempre en esta vida: ni lo material ni lo personal. Ya alguien pensó y escribió una ves: “porque todo se lo lleva el aire y tú te quedas solo”. Y si no se lo lleva el aire, se lo lleva el tiempo, o lo arrasamos nosotros mismos. En soledad se resume todo: soledad y desengaño. Y es que; aún cuando todo parece estar poblado de compañía y cooperación, si abriéramos las entrañas de muchos momentos, observaríamos solo la individualidad de cada persona; cuando entrado ya el individuo en la madurez, se le origina una enfermedad menor en su vivienda, por lo general acude solo al centro de salud; cuando la burocracia – y este es un ejemplo claro – tan necesaria y tormentosa, hace alarde de sus complicaciones, únicamente la persona afectada es quien debe buscar la solución a su problema, pues nadie va a ir a solucionarle nada al interesado cuando ni si quiera al interesado le interesa. Lo cierto es que me cuesta acostumbrarme a esa idea del individualismo, es uno de los desengaños más duros que he experimentado, y es inevitable, así que con total resignación me adapto a ello de la mejor forma que puedo. Pero no es el único desengaño de toda una vida – habida y por haber – de desengaños: ver como la mayoría de la sociedad de este país se mueve por el interés individual y la mayoría de veces económico; corrupción hasta en la sopa; aliados primariamente afines a uno ideales que por ser descubiertos se lanzan entre sí bombas empaquetadas de palabras acusadoras con el único interés de que el otro salga perjudicado aún más, si cabe; timo y estafa se han convertido en la pandémica premisa de los altos cargos de este país. Más desengaño se vuelca cuando, observando al ciudadano “de a pie”, me doy cuenta de que, – aunque a una escala menor – éste también tima y estafa en la medida de sus posibilidades, más descarados o menos, con más maquinación o menos, pero lo que está claro es que: “si se puede, se hace”. Con esto del ciudadano “de a pie”, vengo a referirme a aspectos tales como: empadronamientos en casa de “conocidos” para rezar a la hora de la concesión de becas, como persona “independizada”; mentir descaradamente sobre tu patrimonio en la declaración de la renta; los conocidos “chapús” que benefician a las familias que realmente no tienen nada, y que engordan cada vez más la enorme cartera de muchos que sí tienen. Es esta mentalidad caníbal y materialista la que, como he dicho antes, pandémicamente se ha extendido, y no solo a España. Podrán hacer miles de reformas, más o menos eficaces, pero lo que verdaderamente haría falta, tanto a políticos como a ciudadanos es un cambio de mentalidad o una nueva tabla de valores, como decía Nietzsche en El crepúsculo de los ídolos. Como no paro de decir: desengaño. Más escurridizo que el agua, se cuela por todas las rendijas circunstanciales de la vida. También hay mucho de eso en las relaciones interpersonales, y en este aspecto no soy yo quien debe poner los ejemplos. Cualquiera que tenga la capacidad de leer y entender lo que he escrito, tendrá ya la suficiente edad como para haber experimentado un desengaño de esta tesitura. Y así podría llevarme no se cuántas líneas más, pero sería dedicarle demasiado tiempo a escarbar en el lodo de mis desengaños, y aun creyendo haberlos asimilado, todavía me resulta desagradable pensarlos. Además la queja indiscriminada muchas veces cierra más caminos de los que abre, y una cara agria no es bien recibida entre la multitud. 

Comenzaré por esbozar una sonrisa a pesar de todo.

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