sábado, 24 de agosto de 2013

Dos vidas que se cruzan


El lugar era cuestionablemente cómodo y el aire cálido del verano poblaba las calles en una noche que parecía que no iba a acabar. La compañía, la ponían esas estructuras humeantes tan familiares para ambos y un litro de cerveza con que apaciguar sus gargantas. Sus vidas habían estado estrechamente unidas el tiempo necesario como para compartir sin pudor, todas las preocupaciones que  la vida les bombardeaba, y la noche invitaba a la confesión.
Él, haciendo alarde de memoria, desenterró sus más profundos miedos, y tal cual los sentía – o sintió – se los hizo saber. Ella, escarbando también en su memoria, le contaba lo profundo y guerrillero que había sido su primer amor, y cuánto de ese amor, coexistía todavía con ella a pesar del tiempo, la distancia, y las personas que se habían cruzado en su vida.
El devenir que, indudablemente se cuela en todo lo material, también tenía cabida, para esa conversación. Y sin saber muy bien ni en qué momento ni cómo, de hablar con melancolía del pasado, comenzaron  a analizar sus fugaces presentes.
A los dos les resultaba curioso que, aún habiendo compartido casi un año entero de sus juveniles vidas, en ese mismo momento, ambos se encontraran en circunstancias totalmente distintas:
Ella, por un lado, vaticinaba en Septiembre el estancamiento – por decirlo de alguna manera – de su vida. ¿Qué haría, una vez que todos partieran y se quedara “sola” con la cabeza poblada de mil y una posibilidades en cuanto a su pasado y con el corazón colmado de inseguridad en cuanto al presente? Repudiaba el posible parón que se acercaba a su vida y a su ánimo solo llegaban las ganas de disfrutar todo lo que pudiera del momento. Quería conocer gente, lugares, quería llenar lo que quedaba de verano de momentos en los que estar a gusto. Momentos en los que olvidar pasajeramente la idea que le venía rondando semanas.
Él, por otro lado, aguardaba septiembre con la mayor expectación de su vida. Sabiendo a ciencia cierta la enorme responsabilidad que le esperaba para esa fecha. Su vida daría un giro colosal: un nuevo lugar en que vivir, algo nuevo que estudiar, mil personas desconocidas con las que compartir todo lo nuevo de su vida. A él le resultaba sobrecogedor todo lo que le aguardaba septiembre y al contrario que ella, solo buscaba la tranquilidad. No le apetecían sobresaltos ni compromisos. Quería pasar lo que quedaba de verano contemplativamente, aclarando sus ideas y preparándose para lo que se acercaba, a sabiendas de que muchos podrían considerar que no estaba sacándole todo el partido que podría al verano.
Tras un par de sorbos, de la cerveza ya caliente, ambos decidieron que era la hora de irse. Guardaron cada uno sus cosas en las mochilas. El coche arrancó, y la mágica noche tocó su fin. Ambos, ahora más conscientes de la vida que el otro había llevado, se despidieron, y el tiempo siguió haciendo de las suyas.

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