Y aquí me hallo. Después de tanto llanto más o menos justificado, después de tanta incertidumbre por saber cómo iba a ser esto, después de tanto imaginarme el momento de mi llegada, aquí me hallo, por fin en Sevilla. Sentado en mi escritorio – muy grande, por cierto – me encuentro ahora. Contemplando cada rincón de lo que, a partir de ahora, será mi habitación. Miro con cierta melancolía la sábana que compré en el Paseo de los Tristes de Granada. Ahí está… tan simétrica, tan soberbia, tan personal y tan elegante. La robusta esfinge agarra con decisión el incienso encendido, que se consume poco a poco, colmando toda la habitación de su embriagador olor. El cenicero, con dos pares de cigarrillos apagados reposa a mi derecha, tras la botella de agua, al lado de todos los papeles importantes del momento. Mi corcho; sin más recuerdos en él que una foto en la que me encuentro sobre Almudena, ambos con una sonrisa radiante, como si supiéramos que ese momento iba a ser irrepetible.
Cierro los ojos y me sorprendo de lo parecido que me resulta todo esto a lo de antes. Pero ya nada va a ser igual que antes, eso lo tengo claro. Será mejor, será peor, pero nunca como antes. Me resulta sorprendente que, evocando el pasado, mis ojos no sientan ese escalofrío previo al llanto que llevo sintiendo días atrás. Guardaba con mucho miedo el momento, y ahora que lo estoy viviendo no me parece para tanto. La expectación de días atrás me tenía absorbido por completo. Incluso llegué a plantearme la posibilidad de no querer venir a Sevilla. Estaba realmente aterrado. Pero siempre he podido con todo, ¿por qué no iba a poder con esto? Es mi oportunidad de demostrarle a los que me quieren, y sobre todo a mi mismo, que puedo con esto.
Ciertamente me apena todo lo que allí he “dejado”. Como les dije a mis padres cuando venía de camino: dejo lo que ha sido mi vida en Jerez, para empezar una nueva vida en Sevilla. Me apena el dejar allí a mis padres, en una situación un tanto tensa; me apena el no poder darle a mi madre la agradable compañía con la que la tengo acostumbrada; me apena no poder compartir, en el momento que quiera ,ratos con mis amigos. Tirarme en una toalla en medio del parque panza arriba sin pensar en nada, entre humos titubeantes. Me apena, no tener a nadie que sepa quién soy, y me entienda por completo, sin sorprenderse de las extravagancias que a veces digo o del ímpetu con que suelo contar las cosas. Pero sobre todo me apena el hecho de haber tenido que machacar sin miramientos la hermosa flor que poco a poco estaba surgiendo en mi pantanosa alma. Tan tierna, tan bella, tan sutil y tan efímera. Nacida de la nada, sin a penas sustrato del que alimentarse, ahí se asentó. Lástima que no tuviera tiempo para lucirse y menos mal que no se lució, pues tendría que haberse visto sometida sin reproches a la maldición del tiempo y la utopía, como todas mis flores.
Y es que donde hay una flor, siempre hay una mosca, lo que es indicativo de que no muy lejos, está la mierda.
Una nueva etapa se abre ante tus ojos. Todos los inicios te hacen titubear, pero seguro que será un camino cargado de nuevos proyectos y emociones. No dejas nada atrás, pues lo importante siempre va contigo.
ResponderEliminarSevilla, esa ciudad que a nadie deja indiferente. También allí viví un tiempo, que comenzó con dudas y miedos y albergó un sinfín de experiencias y amistades.
Un beso fuerte