El salón estaba siniestramente alumbrado por la pequeña
lámpara que había en una mesita cerca
del sofá. Sólo leyó dos páginas del libro que hacía tiempo que no leía y lo
dejó de nuevo en la mesita. Posteriormente se encendió el rutinario cigarrillo
de antes de dormir y bostezó largamente después de ello. Con el bosteo recordó
las palabras que había casi acabado de tener antes de subir a su casa << ¿Crees que el mundo es
aburrido? – A lo que ella contestó – será todo lo aburrido que tú lo quieras
hacer. >> Estas
palabras resonaron en su cabeza. Él no había querido hacer del mundo algo
aburrido, sin embargo, en algunas ocasiones, lo era. Quizás tendría que
quererlo con más fuerza, pero la fuerza no era algo que últimamente le rebosara
por doquier. Realmente, no había razones de verdadero peso para sacar fuerzas,
o al menos eso creía ahora.
Mientras tanto el cigarro se estaba acabando de modo que lo
apagó y se fue a la cama parsimoniosamente, sin prisa pero sin pausa, pensando
en algo que le hiciera sacar fuerzas para que el vivir no le resultase tan
aburrido. Esa noche, encontró el sueño antes, y a la mañana siguiente todo
seguía igual.