Me enfrentaba a algo desconocido, y como siempre que me
enfrento a algo así, la inquietud me invadía. Había pasado el verano, tres
meses hacía desde que terminó ese insufrible segundo de bachillerato que ahora
me parece tan insignificante. El bachillerato no había acabado mal, pero
tampoco acabó todo lo bien que podría haber acabado. La idea de empezar una
carrera que no fuera la que quería por el hecho de que no me diera la nota para
la que sí quería, no la contemplaba, así que para no perder el tiempo, – cosa
que debemos evitar a toda costa –, decidí echar la solicitud para un Grado
Superior en Laboratorio de Diagnóstico. Afortunadamente me aceptaron en la
primera adjudicación y formalicé la matrícula.
A 15 de septiembre de hace ya dos años, había quedado en la
puerta del instituto con Anabel, una chica que cursó conmigo segundo de
bachillerato y que se vio en casi la misma situación que yo. El tiempo continuó su pretenciosa marcha y
todos nos fuimos conociendo cada vez más. Entre risas, apuntes, exámenes y
tubos de ensayo pasábamos las horas, los días y los meses, e inevitablemente
fuimos forjando amistad. Es imposible plasmar en un texto tantas y tantas
anécdotas como ocurrieron en esos dos años, pero puedo asegurar que jamás se
irán de mi cabeza.
Con ellas, aprendí de verdad lo que era una clase unida. La
convivencia era perfecta. Nunca había malos rollos, y si surgía algún “pique”
pronto se solucionaba y volvíamos a estar como siempre. Entre todos nos
apoyábamos siempre que podíamos, ya fuera en temas de exámenes o en
sentimentales, daba lo mismo. Nadie era capaz de venir un día triste e irse el
mismo día sin haber sonreído.
En estos dos años, nunca me ha dado por escribir sobre ellas
– mis compañeras – y ahora creo que es el momento de agradecerles el ser como
son; a todas y a cada una de ellas. Me habéis hecho sentir muy cómodo. Tanto,
que en muy poco tiempo me di cuenta de que, tal cual era con mis amigos de toda
la vida, así era con ellas. Y eso no creo que sea algo que se consiga rápido.
Pues ustedes los conseguisteis.
Espero poder contar con ustedes siempre, pese a que ahora
esté lejos y me pueda pasar mucho tiempo sin veros, porque tengo la certeza de
que la amistad que en el laboratorio se creó merece totalmente la pena.
Cristina, Sandra, Desiré, Anabel (la pink), y Elena: muchas
gracias por ser como sois.
Os quiero
muchísimo.