La hoja cae sutilmente mientras reta al viento con sus bellos movimientos a que la recoja y la eleve de nuevo en un intento desesperado por no llegar al suelo. Ella no quiere caer, sabe de sobra que ahí en el suelo no gozará de su color verde, ni se alimentará de las historias de la gente que por debajo de ella pasa. Sentirá el duro y áspero tacto del asfalto y será merced de lluvias que la arrastren, de pasos que la pisen o de fuegos que la abrasen. Quizás alguien la encuentre y le parezca bella y la quiera utilizar como separador, entonces tendrá suerte porque así perdurará vieja y arrugada hasta que otra hoja más joven la sustituya.
Otoño. En tí comienza porque en ti termina, nunca me gustaste. Tu color marrón me hería dejándome triste y meláncólico. En tus tiempos yo fui arrastrado... recordarte era el pasaje hacia mis heridas. Pero como hoja afortunada me pusiste en buen libro. Caliente y acurrucada duerme mi locura en tus brazos... guarda silencio y no la despiertes que poco a poco me iré acercando para dormir yo con ella y así no hacerle más caso. Mi cambio coincidió contigo, motivo de sobra por el que desde este momento dejo de odiarte. La próxima vez que llegues e inundes de ocre mi vida te acojeré de buena gana, respiraré tu húmedo aroma y diré: Has vuelto.