sábado, 18 de diciembre de 2010

Uno de tantos

Desde el suelo hacia el techo va rebotando el silencio en aquella casa en la que parecía haber alguien... alguien sin importancia, una silueta más que se difumina entre el gentío y la muchedumbre. Vaga, vaga hasta conseguir que el resplandor de las llamas, esas tan a conciencia plantadas en el candelabro, te alumbren y calienten. Bebe un poco de agua para aliviar el agobio que te produce el nudo de tu garganta, esa maltrecha de lanzar voces al vacío, aquella que el viento no pudo escuchar más por ser débil y parecer exhausta. No creas que por brotar de tus ojos cuajados zafiros vendrá antes a acompañarte. Ya es tarde y aún no ha llegado. Das un trago más y decides sentarte, te miras en el reflejo de la ventana mientras los truenos y la incesante lluvia parece burlarse de ti. El sueño finalmente acaba por vencerte, pero al poco un ruido te despierta. Sobresaltado abres los ojos...  pero ahí sigue tal cual estaba todo, nada se ha movido. Cierras de nuevo los ojos y piensas, no importa en qué, solo piensas...


86 años era la edad que hoy cumplías, habías preparado algún plato más que el tuyo, habías comprado ese mantel para este día, pero nadie fue a estrenarlo contigo, sentado en tu butaca te ibas tragando las horas a la vez que se enfriaba la comida y al candelabro se le derretían las velas. 
Si por ti hubiera sido, ese día te hubieras dormido mucho antes de lo normal con tal de que al despertar volviera a ser sólo un día más...